lunes, 5 de febrero de 2007

Crónicas desde El Cairo.Los guardianes de la vida ajena.

Uno de los personajes más singulares de las ciudades egipcias es el bauab o portero de casas y edificios. Son gente humilde que, en la mayoría de los casos reside en su lugar de trabajo, siempre en pequeños y míseros cuartuchos situados a pie de calle, en los sótanos o en las azoteas. Gran parte proceden del sur de Egipto. Abdú es uno de ellos. Comparte con su mujer, Maha, un habitáculo de apenas 10 metros cuadrados en los bajos de un inmueble de cinco plantas de Maadi, un barrio residencial del sur de El Cairo.

Abdú tiene unos 60 años y anda siempre enfundado en una desastrada galabeya de color gris, salpicada de lamparones. Se nota que es corto de vista porque es necesario plantarse a menos de un metro de su nariz para que te reconozca. Habla poco, lo justo, y cada primero de mes pasa a cobrar raudo sus pingües honorarios a los vecinos. Lo hace discretamente. Toca la puerta, sonríe y ladea ligeramente la cabeza.

Su jornada laboral arranca antes de que salga el sol. Armado con un cubo y una bayeta, lustra los vehículos de los vecinos. Después va a comprar el pan al señor Ibrahim, un militar retirado que vive en el primero primera, que es el dueño del edificio. Al mediodía suele echarse una siesta y por la tarde está a la expectativa por si le surge algún encargo con el que ganarse una propina. A veces charla con Hefzy, el bauab del edificio de enfrente. Antes de irse a dormir, recoge las bolsas de basura que hay que dejar en el rellano.

Los bauabs conocen al dedillo todo lo que ocurre en su barrio. Son una fuente inagotable de información, que comparten entre ellos en animadas charlas. Saben con quién vas, con quién vienes, a qué hora sales o regresas. Vamos, un pozo de sabiduría de la vida cotidiana de cada uno, lo que, en cierta medida, no deja de ser incómodo y, en según que circunstancias, hasta engorroso. De hecho, la policía acude primero a los bauabs para esclarecer cualquier incidente que haya ocurrido en el barrio. Muchos sirven también a las agencias inmobiliarias, a las que informan puntualmente de los pisos que quedan vacíos, a cambio, eso sí, de una comisión si se alquilan.

Los hay muy hacendosos y cumplidores, como Abdú. Un día despertó a todo el vecindario a las 6 de la mañana porque un desalmado había aprovechado la oscuridad de la noche para robar la bicicleta de la inquilina del 2° 2ª. Fue tal el disgusto que arrastró su pena durante varias semanas. Y es que Abdú se toma el trabajo muy en serio.

Otro cantar es Naser, cuya tarea consiste en vigilar una villa señorial, rodeada de un jardín frondoso, de la misma calle. Fumador empedernido, Naser pasa las horas sentado en el interior de una caseta de madera. Cuando no dormita, lee en voz alta el Corán o escucha a un imán recitándolo a través de una pequeña radio. Apenas se mueve y cuando lo hace es para desplazarse con un silla a un lugar donde el sol pegue de lleno, si el día es frío, o bajo la sombra de un árbol, si estamos en pleno verano. Ni que decir tiene que a Naser se le ve feliz. El tiempo no pasa para este hombre de fino bigote y cabello peinado hacia atrás que engulle las horas a golpe de parsimonia.

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