viernes, 31 de agosto de 2007

La ciudad de las tórridas noches.

Los cairotas toman las calles en las tórridas noches de verano. Esta ciudad no cierra nunca. Las familias, sobre todo las mujeres y los niños, buscan un espacio en las pocas zonas verdes de la ciudad, las plazas, glorietas y los pequeños jardines de la cornisa que bordea el Nilo. Se acomodan sobre un pedazo de hierba y pasan las horas. Las señoras platican y los pequeños juegan. Los hombres, por su lado, se apalancan en los ahwas, cafetines, situados a pie de calle. Fuman el narguile, la tradicional pipa de agua, beben té o café turco y juegan al backgammon o a las damas.

Poco importa el tráfico denso y ruidoso, ni los gases que vomitan por el tubo de escape los miles de viejos turismos, autobuses y camionetas de transporte público. Parte del parque móvil de esta enorme urbe de 15 millones de habitantes es de los años 70. Para los egipcios con menos recursos económicos, más vale tragar humo negro que permanecer encerrados en sus apartamentos diminutos, poco aireados y muy calurosos.

Las noches estivales de El Cairo son un escenario ideal para los enamorados. Para muchos jóvenes egipcios, el amor anida en los puentes que cruzan el Nilo. A lo largo del de Qasr al-Nil, que une la plaza Tahrir con el moderno teatro de la Ópera, se suceden las parejas apostadas junto a la robusta barandilla de hierro que protege del vacío. Ella, con el velo, la blusa de manga larga y el largo faldón que cae hasta los tobillos. Él, bien peinado y con sus mejores ropas. Ni besos, ni caricias. Tan solo algún que otro roce, sonrisas, miradas y palabras de amor. Nada más.

Ahí arriba sopla una brisa suave y cálida. La mirada se pierde en la silueta siempre majestuosa del Nilo y en los edificios manchados de lucecitas que hay a ambas orillas. A lo lejos se ven varias falucas, las barcazas de vela que permiten navegar por las aguas a un módico precio. Lástima que aparezcan con demasiada frecuencia las barcas de motor, decoradas con bombillas de colores --estilo feria--, que irrumpen con música oriental a todo volumen.
Crónica desde El Cairo.Kim Amor

A unos metros está el Nile City, un barco restaurante. Hay varios de este tipo anclados permanentemente a lo largo del río, aunque las ofertas gastronómicas de sus cartas son muy caras para la gran mayoría de los egipcios. Normalmente los barcos tienen dos pisos y albergan restaurantes de estilos gastronómicos diferentes: chino, italiano, libanés o tailandés. A través de las ventanas de los salones se ve el río. En la mayoría de ellos sirven alcohol. Si no, hay la opción de llevarse de casa la botella de vino y pagar por descorcharla. Uno de los barcos ofrece cenar mientras navega con lentitud de un lado para el otro.

Y como en El Cairo todo o casi todo es posible, también se puede alquilar una embarcación y montarse a título personal una de esas farras que duran hasta altas horas de la madrugada. Una práctica que está muy extendida entre los expatriados. Y frecuente además en esta época del año, cuando muchos abandonan Egipto, bien para regresar a sus países de origen o para trabajar en un tercero. Sin duda es una buena manera de despedirse de El Cairo y de los amigos.

1 comentario:

Miguel Angel Peláez dijo...

Me encantaría coger una faluca y desplazarme hasta el Nilo por las aguas de la memoria.

¡¡que recuerdos!!