martes, 19 de junio de 2007

A la ópera en vaqueros y bambas.


En el Cairo Opera House se puede entrar en vaqueros y zapatillas deportivas, pero siempre con chaqueta y corbata. Si te olvidas la corbata no hay problema, porque ahí mismo te prestan una. La americana es otro cantar. Si no la llevas te quedas sin función. Los conciertos en la emblemática casa de la música, un moderno edificio con aires faraónicos levantado a orillas del Nilo, son parte esencial de la agenda cultural que ofrece cada año la capital egipcia.Es cierto que la oferta de eventos artísticos está lejos de parecerse a la de las grandes ciudades europeas, tanto en cantidad, calidad y variedad, pero es una de las más completas e importantes del mundo árabe. En Egipto, un país con un porcentaje muy elevado de población que no sabe leer ni escribir, las artes pasan casi desapercibidas. Además, acudir al cine, al teatro o, sobre todo, a la ópera está al alcance de pocos.

Los precios, muy asequibles para los occidentales, son excesivamente elevados para la mayoría de la población, cuyo salario medio es de unas 500 libras egipcias al mes (65 euros). Por ejemplo, ver una película cuesta entre 15 y 25 libras egipcias, (de 2 a 3 euros), una fortuna para una familia. En comparación, por tan solo algunas libras de más se puede disfrutar de una noche de bel canto en la ópera, como la que ofreció hace unas semanas la mesosoprano española Teresa Berganza.

La relación de Egipto con la música clásica viene de lejos. Fue a mediados del siglo XIX cuando se construyó el primer auditorio operístico de El Cairo. Para inaugurarlo, el entonces virrey del país del Nilo, Ismail Pachá, encargó a Giuseppe Verdi que pusiera música a una tragedia de amor ambientada en la época faraónica. El resultado fue Aida. El genial compositor italiano no acabó la obra a tiempo. La llamada entonces Royal Opera House se inauguró en 1869 con Rigoletto.

El antiguo edificio fue pasto de las llamas 102 años después, en 1971. Sobre sus cenizas se levantó en 1988 el actual complejo operístico. La Sala de Teatro, de cuatro niveles, tiene forma de herradura y una capacidad para más de 1.000 espectadores. Como suele ocurrir en otras partes del mundo, acudir a la ópera en la capital egipcia da cierto caché. Las veladas reciben a la crème de la crème de la sociedad cairota, además de los miembros del cuerpo diplomático, que llegan con sus coches de lujo y mejores vestidos. Todo un espectáculo y, en según en que ocasiones, más atractivo incluso que la función misma.

Lo peor es cuando recibe la visita del presidente del país, Hosni Mubarak, o de la primera dama, Suzanne. El centro de la ciudad se colapsa aún más, porque es necesario limpiar las calles al paso de la comitiva, y los alrededores y el interior del complejo se ponen hasta los topes de policías.Hace poco, la presencia en el Main Hall de Suzanne Mubarak obligó a cancelar a última hora por motivos de seguridad un concierto de jazz que estaba previsto esa misma noche en una sala adyacente. Un fastidio, vamos. "Egipto es como una gran hacienda que pertenece a la familia Mubarak", dijo en voz baja un irritado amante del jazz tras conocer la suspensión del evento.